jueves, 21 de febrero de 2008

Mi amigo guardia

Todo sucedió a raíz de ese breve anuncio que publiqué en una página web de avisos clasificados: "Soy pasivo y busco amistad con hombres". Mis intenciones iban un poco más allá de la amistad por supuesto. Hacer amigos siempre es bueno sobre todo si son hombres, y más aún si son activos.

Al cabo de unos días ya había recibido algunas respuestas y me dediqué a analizarlas. La que más me llamó la atención fue la de un hincha de Colo colo. Me lo imaginé inmediatamente en el estadio, con el torso desnudo, con un tatuaje de su equipo en el pecho y derrochando virilidad por todas partes. La idea de tenerlo detrás mío era simplemente fascinante.

Nos intercambiamos unos cuantos mails y supe que trabajaba de guardia en las oficinas de una empresa de construcción del centro. Eso me dejó aún más caliente. Cada vez que veo un guardia se me revolucionan las hormonas.

Nos pusimos de acuerdo y lo fui a ver a su trabajo. Cuando llegué lo sometí al análisis de rigor: estatura, rostro, culo, paquete y modales. Medía más menos un metro setenta, contextura mediana, buen culo y masculino. Se llamaba Andrés. Vestía pantalones de tela oscuros, camisa blanca y corbata. Su paquete sobresaliendo por el pantalón era simplemente irresistible. Me dieron ganas de chupárselo pero a esa hora había gente en el lugar. Esa noche no sería posible hacer nada. Le mentí que yo no andaba apurado.

Resultó que ambos viviamos para Cerro Navia y lo esperé. Nos fuimos en la misma micro. Se portó como un caballero y con sus atenciones me hacía sentir como una mujer. Eso me dejó loco. Nos sentamos en la parte de atrás y yo ocupé el lado de la ventana. Cuando llegó mi turno de bajarme le pedí permiso. Él se hizo a un lado pero no se levantó. Mientras estaba pasando me cerró el paso y comenzó a agarrarme el culo y a meterme los dedos con fuerza. Hubiera deseado quedarme ahí para siempre pero no podía. Toda esa noche sentí sus dedos en mi ano.

El domingo siguiente Andrés me llamó. Estaba de turno tarde y pronto quedaría completamente solo en las oficinas. Se me secó la boca al pensar en lo que me esperaba. Al pasivo le iban a enseñar otro de los significados de la palabra amistad. Llegué al lugar. Me dijo que aún quedaba una secretaria y que esperara en una de las oficinas. Minutos más tarde escuché unos murmullos y la puerta principal se cerró. Andrés me hizo una señal de que ya estabamos solos.

Mi amigo me dijo que lo acompañara a recorrer las instalaciones. Era parte de la rutina que tenía que realizar todos los días al terminar su turno. El lugar era muy amplio y a medida que Andrés iba apagando las luces mi excitación iba en aumento. Él estaba exquisito. Su uniforme le quedaba a la perfección. Su voz masculina me volvía loco. Se había sacado la corbata y una parte de su camisa blanca le caía sobre una de sus nalgas. Este macho había que probarlo.

Fuí a uno de los baños del lugar. Al salir Andrés no estaba y la mayoría de las luces estaban apagadas. Mi corazón comenzó a palpitar aún más fuerte que antes. Esto parecía un laberinto. No me acordaba dónde estaba la salida. De pronto el guardia apareció por detrás y me punteó. Yo me quedé ahí. Luego comenzó a manosearme y me llevó a una sala con algunos sillones. Me hizo agacharme en el respaldo de uno de ellos y continuó punteándome. Yo gemía cada vez que sentía su miembro sobre mi ano. Cambiamos de lugar y continuó punteándome. Mi lado pasivo estaba alflorando en toda su magnitud.

Me dijo que iba a apagar la luz. Yo estaba entregado. No me habría atrevido a llevarle la contraria. Pronto sentí como se desabrochaba el cinturón y se bajaba los pantalones. Me agaché con el culo parado y comencé a chupar su exquisito miembro. Era un pene de un buen tamaño. Bastó una corta chupada para que se pusiera como acero. Apenas me cabía en la boca. Continué chupándoselo y gimiendo. El guardia se puso como loco. Me bajó él mismo los pantalones y me metió el dedo en el ano. Como estaba seco me echó saliva y me metió el dedo otra vez. Entró hasta la mitad. Lancé un gemido. Me decía: "Vamos maricón, ¿te gusta? chúpalo. Eso. Ahhh. Que rico..."

Luego de unos minutos me dijo "Ya. Ponte de guata en la mesa". Y yo en medio de la penumbra divisé la sombra de la mesa y le hice caso. Me agaché y esperé que me siguiera trabajando el ano. Me echó más saliva y comenzó a dilatarlo. El decía "Uh. Que señorita" al percatarse del tamaño de mi agujero mientras yo no paraba de gemir al sentir sus dedos adentro. Pronto sentí la cabeza de su miembro deslizándose en mi ano y haciéndo presión por entrar. Fue inevitable sentir algo de incomodidad pero ya me tenía a su merced. Cuando menos lo pensaba me lo metió con una fuerza increíble que me hizo escapar un grito mezcla de dolor y placer. Al cabo de unos minutos de trabajo ya entraba y salía con mayor facilidad mientras el guardia me seguía diciendo "Toma maricón. ¿Que? ¿No te gusta?" Yo le respondía que siguiera. Más. Más adentro. Por favor. Dame más.

El guardia siguió culiándome un buen rato. El sonido que hacía mi ano cuando entraba su pene me volvía loco. Era señal viva de que me estaba haciendo suyo. Al rato después este macho lanzó su carga de semen en mis nalgas dando un grito de placer y de alivio. El contacto del semen con mi agujero me daba una especie de picazón y en mi calentura lo esparcí por todas mis nalgas. Había sido una de las mejores cachas de mi vida y todo gracias a ese pequeño aviso en la página.

Días después mi ano aún sentía el miembro de este guardia colocolino. Por algunas noches era inevitable recordar, con lujo de detalles, todo lo que había pasado en las oficinas de esa empresa constructora. Me masturbaba imaginando a ese macho rudo atrás mio dándome como caja. Sin duda uno de los hombres más ricos que he conocido y uno de los que me encantaría volver a ver.